sábado, 17 de noviembre de 2018

¿Fe en los jóvenes?: ¡razones de viejos! O como el progreso sintoniza con la tradición

Este fin de semana participo en el XX Congreso Católicos y Vida Pública, organizado por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y la Fundación Universitaria San Pablo CEU (FUSP-CEU).
Esta edición, en resonancia con el Sínodo de obispos dedicado a los jóvenes, se dedica a la reflexión sobre el papel de los jóvenes en la sociedad actual bajo el título: FE EN LOS JÓVENES.

Incluyo a continuación un breve resumen de mi exposición: ¿Fe en los jóvenes?: ¡razones de viejos! Una versión extendida aparecerá próximamente publicada. Siempre se agradecerán los comentarios. Me sé un enano a hombros de gigantes.

Nuestra sociedad contemporánea actual tiende a enfrentar gratuitamente el valor de dos fuerzas que, si se atiende a lo que evidencia y enseña la experiencia histórica de los últimos siglos, conjuntamente conforman un motor un tándem imparable de oportunidades. Me refiero al artificial “combate” que las filosofías de “la sospecha” buscan torpemente forzar entre la juventud y la ancianidad, entre lo novedoso y lo viejo... un choque que al friccionar enraíza con una dialéctica de mayor profundidad, a saber: el diálogo entre progreso y tradición, y en definitiva, entre fe y razón.

Ciertamente, considero que la razón de ser de la tradición radica en el progreso. Es decir, que sin progreso no puede existir tradición, y viceversa. Lo expreso de otra manera: conforme la naturaleza de la persona humana, lo normal y sensato es que la ancianidad proyecte sus esperanzas y mejores anhelos en la juventud, mientras que, por otro lado, lo normal y sensato es que los jóvenes depositen confiadamente sus incertidumbres en sus mayores. ¿Qué quiero manifestar aquí? Que la juventud y la ancianidad, que progreso y tradición, en absoluto son categorías antagonistas sino complementarias, muy a pesar de los falaces e insubstanciales argumentos exhibidos por las filosofías e ideologías postmodernas contemporáneas.

Precisamente, el auténtico progreso no olvida a la tradición, sino que acertadamente se apoya en ella. O expresado de otra forma: el verdadero espíritu de progreso, que espontáneamente enarbola la juventud, posee la constante llamada a adquirir el protagonismo del momento presente, precisamente porque encuentra en quién le ha antecedido la experiencia para continuar la construcción de la sociedad en la que vive. El anciano le entrega el testigo al joven para acabar convirtiéndose en anciano. De igual manera, el progreso recoge de la tradición sus aciertos y, también, sus errores precisamente para engrandecer la sabiduría de la que ese mismo progreso formará parte. Estas premisas me conducen a afirmar que la perennidad de lo caduco resulta aquello que llamamos propiamente juventud.

En definitiva, esta comunicación pretende mostrar que juventud y ancianidad no son estados de vida enfrentados, sino más bien al contrario que se encuentran en sintonía. Así, el progreso y la tradición ‒representados por jóvenes y ancianos‒ poseen la capacidad de colaborar armónicamente por el bien común de la sociedad. Apelo a la valiente generosidad de los jóvenes y a la prudente experiencia de los más mayores para que puedan vivir afirmando: “nuestra tradición es el progreso” y, conjuntamente, “nuestro progreso se fundamenta en la tradición”. De esta manera, ante la pregunta: “¿Tienes fe en los jóvenes?”, necesariamente no puedo sino responder: “¡Por supuesto!, ¿cómo no voy a creer en la juventud?: es una razón propia de viejos!”.

En Madrid, en la Universidad San Pablo CEU, a 17 de enero de 2018.