miércoles, 7 de mayo de 2008

Calvo-Sotelo o la discreción del Político

"No seas siempre riguroso ni siempre blando, y escoge el medio entre dos extremos; que en esto esta el punto de la discreción".
Cervantes.


A todos nos pilló de sorpresa el inesperado fallecimiento Leopoldo Calvo-Sotelo, segundo Presidente del Gobierno de nuestra época democrática, el pasado sábado 3. Todas las personas que me acompañaban, todas al menos tan jóvenes como yo, nos quedamos sin palabras y con los ojos como platos en cuanto nos comunicaron la fatal noticia.

No dejamos de hablar de él durante un largo rato. Cada uno aportaba lo "poco" que sabía de él y de su aportación para el bien de nuestra patria durante su Presidencia del Gobierno de una España que salía de una impactante y violenta crisis democrática (protagonizada por el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y resuelta hábilmente por el Rey). Os confieso que no llegamos a recordar muchas de sus actuaciones políticas. La única explicación que justifica tal ignorancia es que cuando gobernó (a penas 20 meses, entre 1981 y 1982) nosotros éramos muy niños. Pero, además, también lo justifica el que a lo largo de nuestro inicial periodo educativo tampoco se nos explicó mucho su papel en el entramado político español. Sin embargo, aún recuerdo el énfasis que ponían nuestros profesores de Historia para que aprendiésemos quiénes eran Adolfo Suárez y Felipe González y cuáles eran sus labores de gobierno. Conclusión histórica: si en las clases de Historia de nuestras aulas a penas se nos enseñó quién fue Calvo-Sotelo, entonces podremos afirmar que pasó por el panorama político español con una Discreción mayúscula, pues ha sido tan sigilosa su labor a favor de la democracia española, que si los periódicos no nos hubiesen informado de su repentina muerte nos habríamos olvidado de hasta de su existencia.

Y es que Calvo-Sotelo era así: discreto, no llamó la atención, supo estar en su lugar y a la altura que la realidad histórica-política le reclamó en servicio a España y a su normalización democrática. Todos los artículos y valoraciones que he leído durante estos días sobre él coinciden en caracterizarlo así, con discreción. Todos excepto las valoraciones de un partido político, utilizando sus declaraciones para alimentar su desenfocada ideología nacionalista radical, pero no merece la pena considerar sus palabras.

La sobresaliente virtud con que se caracterizó don Leopoldo, la discreción, es hoy motivo de mi breve reflexión. Es tan excelente esta manera de proceder que debería ser norma de vida para toda persona que quisiera ejercer cualquier servicio público. Todo político ha de disponer de unas cualidades notables para ejecutar satisfactoriamente su servicio a la Sociedad, pero su gestión sería sobresaliente, y con matrícula de honor, si dispone de los beneficios de la virtud de la discreción. Pues
ser discreto conlleva -si se sabe ejercitar, pues como toda virtud se debe practicar- ser reservado, cauto, respetuoso, comedio, sensato, agudo y cabal, entre otras cosas. El Diccionario de la Real Academia define discreción como la sensatez para formar juicio y tener tacto para hablar y obrar; también como el don de expresarse con agudeza, ingenio y oportunidad; y, por último, ser discreto conlleva ser reservado, prudente y circunspecto. Y, no nos escandalicemos pero estas habilidades sociales son de gran necesidad y de gran utilidad en el noble ejercicio de la Política.

Te podrás preguntar, ¿y por qué es necesario que el político sea discreto? Voy a intentar ser breve y conciso. Es conocido por todos que el ejercicio del poder y su posesión, aunque sea temporal, presenta la a veces irresistible tentación de la ambición desenfrenada para el beneficio de los intereses personales. Pues bien, la virtud que libra de la ambición política mal entendida es la de la discreción. Un político discreto dispondrá de los elementos de juicio que le permitirán anteponer los intereses generales a los particulares. Y esta honrosa disposición de servir primero a la Sociedad le convertirá en un buen político -por lo que será recordado e imitado- y una excelente persona. Ejemplo de esto, de la discreción frente a la ambición política, fue el santo Patrón de los políticos: Tomás Moro (1478-1535). Fue el Lord Canciller en el reino de Enrique VIII (1491-1547), que gobernó con prudencia pues se entregó a su pueblo y no se enriqueció a costa de él. Fue precisamente su disposición discreta para rechazar toda riqueza y privilegio humano y material que le ofreció el rey, lo que le hizo ganarse su confianza. Sin embargo, fue también su buen juicio lo que no le hizo plegarse a los ambiciosos caprichos del rey de Inglaterra, muestras de su humano poder, lo cual acabó con el trágico final de su muerte pero dejándonos su ejemplar testimonio de servicio político.

Calvo-Sotelo supo vivir el ejercicio de la Política, de la cual se supo retirar tras concluir su servicio a la tarea que la Historia de España "le encomendó" durante sus pocos meses de gobierno: supo concluir la Transición democrática dando el testigo de gobierno al ganador de las elecciones de 1982. Y una vez entregada la cartera de Presidencia del Gobierno al socialista Felipe González desapareció del panorama político. Entre comillas "nunca más se supo de él", prefiriendo estar en segunda o tercera línea trabajando intensamente por nuestra integración en Europa, la cual se hizo efectiva en 1986. Ahora, si un político se marcha de la primera línea sigue llenando portadas de periódicos, siguiéndose hablando de él, porque se ha marchado a la empresa privada por contratos millonarios (como son los casos recientes de Zaplana a Telefónica y de Taguas, a Seopan, de dudosa incompatibilidad, pues ha renunciado a liderar la Oficina Económica de Presidencia de Gobierno). La discreción también supone saberse retirarse de la Vida Pública en su momento para beneficio de la Sociedad, y, por qué no, también de uno mismo.

Sugiero que cuando a alguien lo quieran caracterizar en el campo de la Política como un político prudente y discreto lo califiquen como una persona "calvo-sotelo".

Una persona muy cercana a él confesaba que en estos último años don Leopoldo se detuvo aún más a preparar su alma y espíritu con el piadoso ejercicio de la oración a Dios. Este es una característica más del hombre discreto, a saber: que no se tiene a sí mismo como un ser absoluto sobre el que giran los demás, sino que tiene un referente y se dispone a él en servicio a los demás. Deseo que la esperanza de don Leopoldo se haya materializado plenamente y que nosotros la lleguemos a ver dentro de muchos muchos años.

En Barcelona, a 8 de mayo de 2008.

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