lunes, 25 de agosto de 2008

Christifideles Laici. JP II (XI). Llamada a la santidad

Ya estamos en el último lunes de agosto. Hoy presentamos dos puntos, a mi juicio importantes de esta exhortación apostólica Christifideles laici de Juan Pablo II sobre la misión y vocación de los laicos en la vida pública, que tratan sobre la mejora y perfección personal individual para luego ofrecerla en servicio a los que le rodean. Esto se traduce en afirmar que toda persona con vocación a la vida pública ha de buscar su propia santidad. ¡Espero tus comentarios!

Llamados a la santidad

16. La dignidad de los fieles laicos se nos revela en plenitud cuando consideramos esa primera y fundamental vocación, que el Padre dirige a todos ellos en Jesucristo por medio del Espíritu: la vocación a la santidad, o sea a la perfección de la caridad. El santo es el testimonio más espléndido de la dignidad conferida al discípulo de Cristo.


El Concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. (...). Esta consigna no es una simple exhortación moral, sino una insuprimible exigencia del misterio de la Iglesia. (...). El Espíritu que santificó la naturaleza humana de Jesús en el seno virginal de María, es el mismo Espíritu que vive y obra en la Iglesia, con el fin de comunicarle la santidad del Hijo de Dios hecho hombre.


Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica, acogiendo generosamente la invitación del apóstol a ser «santos en toda la conducta» (1P 1, 15). (...). Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de toda la historia de la Iglesia. Hoy tenemos una gran necesidad de santos, que hemos de implorar asiduamente a Dios. (...).


Santificarse en el mundo

17. La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas. De nuevo el apóstol nos amonesta diciendo: «Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre» (Col 3, 17). Refiriendo estas palabras del apóstol a los fieles laicos, el Concilio afirma categóricamente: «Ni la atención de la familia, ni los otros deberes seculares deben ser algo ajeno a la orientación espiritual de la vida». A su vez los Padres sinodales han dicho: «La unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo».


Los fieles laicos han de considerar la vocación a la santidad, antes que como una obligación exigente e irrenunciable, como un signo luminoso del infinito amor del Padre que les ha regenerado a su vida de santidad. (...). En efecto, la misma santidad vivida, que deriva de la participación en la vida de santidad de la Iglesia, representa ya la aportación primera y fundamental a la edificación de la misma Iglesia en cuanto «Comunión de los Santos». (...).


Además se ha de decir que la santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. La santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero. (...).


Al final de estas reflexiones, dirigidas a definir la condición eclesial del fiel laico, retorna a la mente la célebre exhortación de san León Magno: «Agnosce, o Christiane, dignitatem tuam». Es la misma admonición que san Máximo, obispo de Turín, dirigió a quienes habían recibido la unción del santo Bautismo: «¡Considerad el honor que se os hace en este misterio!». Todos los bautizados están invitados a escuchar de nuevo estas palabras de san Agustín: «¡Alegrémonos y demos gracias: hemos sido hechos no solamente cristianos, sino Cristo (...). Pasmaos y alegraos: hemos sido hechos Cristo!».


La dignidad cristiana, fuente de la igualdad (...), garantiza y promueve el espíritu de comunión y de fraternidad y, al mismo tiempo, se convierte en el secreto y la fuerza del dinamismo apostólico y misionero de los fieles laicos. Es una dignidad exigente; es la dignidad de los obreros llamados por el Señor a trabajar en su viña. (...).


En Barcelona, a 25 de agosto de 2008.

lunes, 18 de agosto de 2008

Christifideles Laici. Los fieles laicos. Juan Pablo II (X)

Este lunes os presento un nuevo punto de la exhortación Christifideles laici, sobre la misión y vocación de los laicos en la vida pública de Juan Pablo II. ¡Espero vuestros comentarios!

Los fieles laicos y la índole secular

15
. La novedad cristiana es el fundamento y el título de la igualdad de todos los bautizados en Cristo, de todos los miembros del Pueblo de Dios: «común es la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, común la gracia de hijos, común la vocación a la perfección, una sola salvación, una sola esperanza e indivisa caridad». En razón de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la Iglesia. (...).

Precisamente para poder captar completa, adecuada y específicamente la condición eclesial del fiel laico es necesario profundizar el alcance teológico del concepto de la índole secular a la luz del designio salvífico de Dios y del misterio de la Iglesia. Como decía Pablo VI, la Iglesia «tiene una auténtica dimensión secular, inherente a su íntima naturaleza y a su misión, que hunde su raíz en el misterio del Verbo Encarnado, y se realiza de formas diversas en todos sus miembros».

La Iglesia, en efecto, vive en el mundo, aunque no es del mundo (cfr. Jn 17, 16) y es enviada a continuar la obra redentora de Jesucristo; l(...). Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la participación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación (...). Tal modalidad se designa con la expresión «índole secular». Ellos son personas que viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales, profesionales, culturales, etc. (...).

De este modo, el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. (...). No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo no los quita del mundo, tal como lo señala el apóstol Pablo: «Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en la condición en que se encontraba cuando fue llamado» (1Co 7, 24); sino que les confía una vocación que afecta precisamente a su situación intramundana. En efecto, los fieles laicos, «son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad». De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. (...).

Precisamente en esta perspectiva los Padres Sinodales han afirmado lo siguiente: «(...). El carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales».

En Barcelona, a 18 de agosto de 2008.

lunes, 11 de agosto de 2008

Culto y cultura. Sobre una sociedad con presencia de Dios. R. Alvira

Hace ya dos semanas la Universidad San Pablo CEU se trasladó por unos días a Santander, como ya adelantamos en este blog. El altísimo nivel intelectual reinante durante los cuatro días que duró el curso de verano nos impregnó de la ciencia que desprendieron todos los ponentes.

Quiero hoy rescatar para nuestra memoria las líneas principales de la ponencia del jueves 31 por la tarde, en la cual tuve el honor de presentar a uno de mis maestros: el filósofo madrileño don Rafael Alvira, Catedrático de Historia de la Filosofía de la Universidad de Navarra, Director del Instituto Empresa-Humanismo, Profesor Titular de Metafísica de la Universidad Complutense, Profesor Extraordinario en múltiples universidades americanas, autor de 13 libros y de más de 200 artículos de su especialidad, entre otros muchos méritos.

En la presentación hice referencia al artículo "El atentado contra el domingo" del filósofo alemán Robert Spaemann (Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar. EIUNSA, Madrid, 2003, 264ss) en el que se reflexiona como hace unos años el Parlamento Alemán tuvo la pretensión de suprimir de su Ley Fundamental -es decir, su Constitución- el domingo como día de fiesta y de descanso, de manera que cada trabajador eligiese el día de la semana que quisiera para descansar. La propuesta presentaba falazmente que un día de fiesta colectivo iba en detrimento de los nuevos métodos de producción industrial y del creciente consumo (lo cual es falso técnica y científicamente).En este "atentado contra el domingo" -como lo llama Spaemann- se percibe la tendencia de una cultura absolutizada a disponer de todo en función de su propio gusto, "condenada" a contemplarse a sí misma cayendo en el subjetivismo y en las redes del relativismo moral. Así, el filósofo alemán, denunció que este proyecto de reforma de Ley Fundamental reduce el domingo como pausa o interrupción del trabajo, y no en su sentido originario de descanso contemplativo y de celebración.

Sirvan estas palabras para introducirnos en algunas de las ideas de la conferencia Culto y cultura. Sobre una sociedad con presencia de Dios que nos impartió brillantemente, una vez más, don Rafael Alvira:

- La palabra "moderno" procede del latín modernus: reciente, actual (término que procede a su vez de modus: modo, medida) y su connotación significa un estilo de hacer las cosas actualmente, es decir, ser moderno es vivir el ahora conforme a unas formas y unas maneras concretas, por lo que siempre han existido, existen y existirán modernos. El filósofo J. Pieper afirmaba que ser moderno es ser un vanguardista. Ser moderno es diferente que ser contemporáneo (que significa ser alguien de su tiempo, de su época, lo cual no quiere decir que viva igual). Ser moderado (que también procede de "modernus") significa hacer lo que uno debe en cada momento, y no el 50% bien y el otro 50% mal. Tampoco hay que olvidar que moda también deriva de la misma raíz etimológica que "moderno", por eso estar a la moda es actuar de acuerdo con un estilo actual de vivir.


- No hay Cultura sin Culto. No hay Culto sin Ocio. No hay Ocio sin Fiesta. Y, no hay Fiesta sin Sacrificio. [Por tanto, no hay Cultura sin Sacrificio]. [Alvira cita textos del último libro sobre Dios de R. Spaemann: Rumor inmortal].


- El Cristianismo vive conforme a la "moda", porque siempre ha creado un estilo propio de hacer las cosas. El Cristianismo es "moderado" porque hace lo que debe. Pero, parece que al Cristianismo le "cuesta", paradójicamente", ser "moderno". [Esto es imposible, de acuerdo con la argumentación anterior]. La Iglesia es moderna en tanto que presenta coherentemente a
Cristo contra los criterios del mundo.

- El Ocio es actividad del espíritu. Sentimos aburrimiento y tedio porque nuestro espíritu no está activo y porque no tiene un Ocio verdadero.

- La Cultura es la auténtica esfera de acción del Ocio. La verdadera Cultura vive desde el Ocio. No se puede ser culto sin tener ocio. [Nuestro espíritu no se desarrollará si no lo activamos con instructivas prácticas culturales].

- La Cruz es el único culto externo verdadero (Raztinger: La fiesta de la fe.
Desclée De Brouwer, 2007). Y el culto está relacionado con la Litúrgia.

- Pensemos esta regla de tres: El Culto es al tiempo, como el templo al espacio (J. Pieper). El culto es la acción que va más allá de la instrumentalidad (la utilidad buscada en el mundo). El templo es el espacio separado del mundo que busca sólo las cosas útiles para vivir.

- El que descubre el verdadero sentido del Culto, descubre lo que está más allá de lo meramente instrumental; por lo que ha sido capaz de transcender sobre el mundo y situarse por encima de él.

- Sacrificio significa regalo libre, y no aprovechamiento para un interés propio. Hacer Culto es renunciar a algo que no va en mi propio beneficio. Pensemos en esta paradoja: la amistad y el amor son las únicas "cosas" que se "tienen" precisamente cuando renunciamos a poseerlas.

- No hay Culto sin Sacrificio. No puede haber alegría verdadera en un mundo que sea sólo instrumental, que busque únicamente su propio beneficio. La alegría verdadera supone estár fuera de sí, lo cual supone no pensar en uno mismo sino en el otro, en el que te rodea. En ese momento habrá motivo de alegría y por tanto de fiesta. La fiesta no es un producto humano, sino que es un regalo (para el Cristianismo, y también para Nietzsche
).

- El trabajo me fastidia pero es menos aburrido que el placer (Baudelaire). Cuando el placer está desconectado de la verdadera alegría al final acaba aburriendonos y conduciéndonos al tedio.

- No hay fiesta que no viva del Culto: no hay Culto sin Dios. El Culto no sólo es de palabra (intelectual), también hace referencia al cuerpo (lo anímico, a la voluntad). Kant consideró que el Culto es racional, mas afirmar esto es desconocer la naturaleza humana. La Revolución Francesa propuso como único y verdadero Culto a la Razón Pura. Tras ella el concepto de "Culto" da un giro totalmente intelectual (olvidando su significado relacionado con la voluntad y con los sentimientos), llegando a pensar que no hay que educarlo. Los ateos de aquella época fueron más religiosos que los creyentes actuales porque ellos tubieron conciencia del valor del Culto.

- Hay falta de Educación porque hay falta de práctica de Culto, la cual procede de una ausencia de Sacrificio. Actualmente habrá mayor erudición pero menos cultura. En un mundo instrumentalizado no hay cabida para un Culto a Dios (Louis de Bonald).

En Barcelona, a 12 de agosto de 2008.

Christifideles Laici. Los fieles laicos. Juan Pablo II (IX)

Este lunes presentamos otro punto de la exhortación apostólica de Juan Pablo II sobre la misión y vocación de los laicos en la vida pública, Christifideles laici. Espero vuestros comentarios.

Partícipes del oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo

14. Dirigiéndose a los bautizados como a «niños recién nacidos», el apóstol Pedro escribe: «Acercándonos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida y preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, sois utilizados en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo (...). Pero vosotros sois el linaje elegido, el sacerdocio real, la nación santa, el pueblo que Dios se ha adquirido para que proclame los prodigios de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz (...)» (1P 2, 4-5. 9).


He aquí un nuevo aspecto de la gracia y de la dignidad bautismal: los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio —sacerdotal, profético y real— de Jesucristo. Es este un aspecto que nunca ha sido olvidado por la tradición viva de la Iglesia, como se desprende, por ejemplo, de la explicación que nos ofrece san Agustín del Salmo 26. Escribe así: «David fué ungido rey. En aquel tiempo, se ungía sólo al rey y al sacerdote. En estas dos personas se encontraba prefigurado el futuro único rey y sacerdote, Cristo (y por esto "Cristo" viene de "crisma"). Pero no sólo ha sido ungida nuestra Cabeza, sino que también hemos sido ungidos nosotros, su Cuerpo (...). Por ello, la unción es propia de todos los cristianos; mientras que en el tiempo del Antiguo Testamento pertenecía sólo a dos personas. Está claro que somos el Cuerpo de Cristo, ya que todos hemos sido ungidos, y en Él somos cristos y Cristo, porque en cierta manera la cabeza y el cuerpo forman el Cristo en su integridad». (...).


El Concilio Vaticano II nos ha recordado el misterio de esta potestad y el hecho de que la misión de Cristo —Sacerdote, Profeta-Maestro, Rey— continúa en la Iglesia. Todos, todo el Pueblo de Dios es partícipe de esta triple misión. Con la presente Exhortación deseo invitar nuevamente a todos los fieles laicos a releer, a meditar y a asimilar, con inteligencia y con amor, el rico y fecundo magisterio del Concilio sobre su participación en el triple oficio de Cristo. He aquí entonces, sintéticamente, los elementos esenciales de estas enseñanzas.


Los fieles laicos participan en el oficio sacerdotal, por el que Jesús se ha ofrecido a sí mismo en la Cruz y se ofrece continuamente en la celebración eucarística por la salvación de la humanidad para gloria del Padre. (...). Dice el Concilio hablando de los fieles laicos: «Todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso espiritual y corporal, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo, que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del Cuerpo del Señor. De este modo también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran a Dios el mundo mismo».


La participación en el oficio profético de Cristo, «que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra», habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía. Unidos a Cristo, el «gran Profeta» (Lc 7, 16), y constituidos en el Espíritu «testigos» de Cristo Resucitado, los fieles laicos son hechos partícipes tanto del sobrenatural sentido de fe de la Iglesia, que «no puede equivocarse cuando cree», cuanto de la gracia de la palabra. Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su vida cotidiana, familiar y social, como a expresar, con paciencia y valentía, en medio de las contradicciones de la época presente, su esperanza en la gloria «también a través de las estructuras de la vida secular».


Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los fieles laicos participan en su oficio real y son llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia. Viven la realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado; y después en la propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños.


Pero los fieles laicos están llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario. Cuando mediante una actividad sostenida por la vida de la gracia, ordenan lo creado al verdadero bien del hombre, participan en el ejercicio de aquel poder, con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí todas las cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (cfr. Jn 12, 32; 1Co 15, 28). (...). Escribía san Agustín: «Así como llamamos a todos cristianos en virtud del místico crisma, así también llamamos a todos sacerdotes porque son miembros del único sacerdote».


En Barcelona, a 11 de agosto de 2008.

lunes, 4 de agosto de 2008

Christifideles Laici. Los fieles laicos. Juan Pablo II (VIII)

Hola. Este lunes presentamos uno de los puntos esenciales para entender el mensaje y el contexto de la exhortación apostólica Christifideles laici de Juan Pablo II, sobre la misión y vocación de los laicos en la vida pública. Hoy se nos presenta:

Quiénes son los fieles laicos

9. Los Padres sinodales han señalado con justa razón la necesidad de individuar y de proponer una descripción positiva de la vocación y de la misión de los fieles laicos, profundizando en el estudio de la doctrina (...).


Al dar una respuesta al interrogante «quiénes son los fieles laicos», el Concilio, superando interpretaciones precedentes y prevalentemente negativas, se abrió a una visión decididamente positiva, y ha manifestado su intención fundamental al afirmar la plena pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio, y el carácter peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la finalidad de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios». «Con el nombre de laicos —así los describe la Constitución Lumen gentium— se designan aquí todos los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso sancionado por la Iglesia; es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les corresponde».


Ya Pío XII decía: «Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto ellos, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del Jefe común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia (...)».


Según la imagen bíblica de la viña, los fieles laicos —al igual que todos los miembros de la Iglesia— son sarmientos radicados en Cristo, la verdadera vid, convertidos por Él en una realidad viva y vivificante. Es la inserción en Cristo por medio de la fe y de los sacramentos de la iniciación cristiana, la raíz primera que origina la nueva condición del cristiano en el misterio de la Iglesia, la que constituye su más profunda «fisonomía», la que está en la base de todas las vocaciones y del dinamismo de la vida cristiana de los fieles laicos. En Cristo Jesús, muerto y resucitado, el bautizado llega a ser una «nueva creación» (Ga 6, 15; 2 Co 5, 17), una creación purificada del pecado y vivificada por la gracia. De este modo, sólo captando la misteriosa riqueza que Dios dona al cristiano en el santo Bautismo es posible delinear la «figura» del fiel laico.


En Barcelona, a 4 de agosto de 2008.