lunes, 29 de septiembre de 2008

Christifideles Laici. JP II (XVI). Derecho a la Vida

Este lunes presentamos otro punto más -consecuencia de la dignidad de la Persona, de la que hablamos el lunes pasado- de la exhortación sobre la misión y vocación de los laicos en la vida pública de Juan Pablo II. Pero este fragmento que rescato para ti, no es como los demás. Tiene para mi un significado especial, aunque no por ello quiero decir que los textos anteriores no merezcan ser tenidos en cuenta. Los párrafos que siguen hablan sobre lo más maravilloso y más admirable que tú y yo poseemos, no por nosotros mismos sino por pura generosidad (manifestada en el amor de nuestros padres). Como ya habrás intuido, en este punto se nos va a hablar de la Vida. Los subrayados son míos. ¡Espero vuestros comentarios!

Venerar el inviolable derecho a la vida
38. El efectivo reconocimiento de la dignidad personal de todo ser humano exige el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana. Se trata de derechos naturales, universales e inviolables. Nadie, ni la persona singular, ni el grupo, ni la autoridad, ni el Estado pueden modificarlos y mucho menos eliminarlos, porque tales derechos provienen de Dios mismo.

La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta inviolabilidad del mismo Dios, encuentra su primera y fundamental expresión en la inviolabilidad de la vida humana. Se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fontal, condición de todos los otros derechos de la persona.

El titular de tal derecho es el ser humano, en cada fase de su desarrollo, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; y cualquiera que sea su condición, ya sea de salud que de enfermedad, de integridad física o de minusvalidez, de riqueza o de miseria. El Concilio Vaticano II proclama abiertamente: «Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador».

Si bien la misión y la responsabilidad de reconocer la dignidad personal
de todo ser humano y de defender el derecho a la vida es tarea de todos, algunos fieles laicos son llamados a ello por un motivo particular. Se trata de los padres, los educadores, los que trabajan en el campo de la medicina y de la salud, y los que detentan el poder económico y político.

En la aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión, tanto más necesaria cuanto más dominante se hace una «cultura de muerte». En efecto, «la Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. (...). Corresponde a los fieles laicos que más directamente o por vocación o profesión están implicados en acoger la vida, el hacer concreto y eficaz el "sí" de la Iglesia a la vida humana. Con el enorme desarrollo de las ciencias biológicas y médicas, junto al sorprendente poder tecnológico, se han abierto en nuestros días nuevas posibilidades y responsabilidades en la frontera de la vida humana. En efecto, el hombre se ha hecho capaz no sólo de «observar», sino también de «manipular» la vida humana en su mismo inicio o en sus primeras etapas de desarrollo. La conciencia moral de la humanidad no puede permanecer extraña o indiferente frente a los pasos gigantescos realizados por una potencia tecnológica, que adquiere un dominio cada vez más dilatado y profundo sobre los dinamismos que rigen la procreación y las primeras fases de desarrollo de la vida humana. En este campo y quizás nunca como hoy, la sabiduría se presenta como la única tabla de salvación, para que el hombre, tanto en la investigación científica teórica como en la aplicada, pueda actuar siempre con inteligencia y con amor; es decir, respetando, todavía más, venerando la inviolable dignidad personal de todo ser humano, desde el primer momento de su existencia. Esto ocurre cuando la ciencia y la técnica se comprometen, con medios lícitos, en la defensa de la vida y en la curación de las enfermedades desde los comienzos, (...).

Los fieles laicos, comprometidos por motivos varios y a diverso nivel en el campo de la ciencia y de la técnica, como también en el ámbito médico, social, legislativo y económico deben aceptar valientemente los «desafíos» planteados por los nuevos problemas de la bioética. Como han dicho los Padres sinodales, «Los cristianos han de ejercitar su responsabilidad como dueños de la ciencia y de la tecnología, no como siervos de ella (...)». Urge hoy la máxima vigilancia por parte de todos ante el fenómeno de la concentración del poder, y en primer lugar del poder tecnológico. Tal concentración, en efecto, tiende a manipular no sólo la esencia biológica, sino también el contenido de la misma conciencia de los hombres y sus modelos de vida, agravando así la discriminación y la marginación de pueblos enteros.

En Barcelona, a 29 de septiembre de 2008.

martes, 23 de septiembre de 2008

Mundo Histórico y Reino de Dios en san Agustín. F. Canals

Hoy quiero presentarte, querido lector, el interesante libro de Francisco Canals Vidal Mundo histórico y Reino de Dios (Scire. Barcelona, 2005). En esta obra se reunen unas conferencias que el filósofo barcelonés impartió en la Fundación Balmesiana de Barcelona en 1993, y que se incluyen dentro del ámbito de la Teología de la Historia, como él mismo afirma en la Introducción.El exhaustivo análisis filosófico de estas cuestiones y la magistral profundidad que alcanzan sus reflexiones exigen leer detenidamente sus páginas para "gustar" plenamente de sus brillantes enseñanzas que, una vez más, nos ofrece don Francisco, que es doctor en Filosofía, Derecho y Teología, catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona y miembro destacado de la Escuela Tomista de Barcelona, de la Pontificia Academia de Santo Tomás y de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (S.I.T.A.). Quiero en estas líneas rescatar algunas de las ideas de su Introducción y de su primer artículo, dedicado a san Agustín.


En la Introducción (pp. 19-28) Canals realiza una serie de explicaciones previas que nos situan en el contexto filosófico-teológico que interrelaciona "mundo histórico" con "Reino de Dios". El sentido de “mundo” hay que entenderlo no solo como "algo" propiamente material (Cosmos, Universo) sino principalmente en el sentido filosófico, que es más existencial, pues con “mundo” nos referimos a “la humanidad”. Hay que entender “histórico” hay que entenderlo como el despliegue de la humanidad en la Historia caracterizada por sus polémicas y enfrentamientos motivados por el orgullo que ciega la voluntad del hombre, pero también adjetivada por sus permanentes ansias de superación y mejora de las equivocaciones y errores. (cfr. p. 19).


Hegel habla con frecuencia sobre el “Reino de Dios” pero tras su filosofía no se encuentra la providencia de un Dios transcendente ni personal ni creador de la realidad. ¡Hay que estar ojo avizor! Porque su filosofía sigue viva en filosofías actuales de la cultura, del lenguaje, de la historia y de la teología que ejercen una sutil pero constante influencia en nuestros modelos de vida. Un “truco” para detectarlas: generalmente hablan del “Reino de Dios” o de “lo divino” como algo que humanamente evoluciona y que el hombre por sí mismo conquista gracias a su madurez intelectual hasta alcanzar la “plena conciencia de lo divino”. (cfr. p. 20).


La relación entre “Mundo histórico y Reino de Dios” debe ser abordada prioritariamente desde la Palabra de Dios -y no sólo desde nuestra razón limitada ignorante de la dimensión de los misterios divinos-. El conocimiento de las Sagradas Escrituras nos pueden permitir explicar con cierto grado de inteligencia la Historia de la humanidad juzgando cómo se manifiesta en ella el “Reino de Dios”. (cfr. p. 21). Os invito a releer estos pasajes del Nuevo Testamento desde los que podemos comenzar la reflexión sobre esta cuestión: St 1, 26-27; 1Jn 2, 15-17. 4, 1-6. 5, 4-5; Jn 15, 18-19. 16, 8-11. 18, 36; Ef 6, 10-12; y 1Cor 2, 6. En el comentario del Salmo 54 san Agustín se inspira en el texto del apóstol de los gentiles en el que afirma que la lucha de este mundo no es contra los hombres sino contra los demonios y los gobernantes del mundo (cfr. Ef 6, 10-12) al afirmar que "nuestra lucha no es (...) contra los hombres que veis, sino contra príncipes y rectores del mundo de estas tinieblas. No sea que por haber dicho rectores del mundo entendieseis que los demonios rigen el cielo y la tierra (...)" (cfr. Enarrationes in psalmos, Salmo 54).


Cuando el obispo de Hipona -enseña Canals- "dice "los rectores del mundo" no atribuye el gobierno del mundo a los demonios, no. Dice "del mundo de estas tinieblas", significando el mundo de los que aman al mundo, el mundo de los que no aman y de los inicuos, el mundo que no conoció a Cristo, el mundo que odia a los discípulos del Señor. "Os doy la paz que el mundo no puede dar" (Jn 14, 27), dice el Señor. Este mundo es el que es regido por estas tinieblas. Y en este sentido, el Príncipe de este mundo es Satanás, y los demonios son los rectores de este mundo". (p. 26).


En el artículo Mundo histórico y Reino de Dios en san Agustín (pp. 29-42) se nos presenta un texto de Civitas Dei, clave de bóveda sobre la que se apoya la doctrina agustiniana sobre esta cuestión: "Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: la ciudad terrena el amor de sí hasta el desprecio de Dios, y la ciudad celeste el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo" (XIV, 28).


Nos podemos preguntar con Canals, "si el mundo es obra de Dios, todo se ha hecho por el Verbo (Jesucristo), y el Verbo estaba en el mundo, ¿por qué los amadores del mundo integran aquella ciudad terrena cuyo fin es el infierno eterno, (...)?". (p. 30). Ante esta cuestión muchos han catalogado erróneamente a san Agustín como pesimista antropológico.


La "ciudad terrena" también es llamada "ciudad de los hombres", "ciudad impía" y "pueblo de los infieles", y está edificada sobre el amor al hombre que llega a despreciar a Dios. [Es la ciudad que posee como único fundamento al hombre mismo, que no tiene otro estilo de vida que el relativismo moral, que ya Protágoras y Gorgias enseñaban en la Antigua Grecia]. El hombre que vive "según la carne", y que no se convierta antes en hijo de Dios y ciudadano, por tanto, de la ciudad celeste y eterna, pertenece a la ciudad terrena cuyo fin, reitera el filósofo cartaginés, es el infieno. Mas, siempre hay esperanza. Nadie puede pertenecer a la ciudad celeste si no ha pertenecido previamente a la ciudad terrena. Por lo que siempre cabe la posibilidad del don de la conversión del hombre en ciudadano del cielo. (cfr. p. 31).


San Agustín recuerda que la ciudad eterna existe en este mundo como consecuencia del amor de Dios para con los hombres, que mueve su Sagrado Corazón a tener misericordia de nosotros. Por lo que nadie puede atribuirse la ciudadanía de la ciudad eterna ni excluir a otros hombres de la misma. Cometeríamos una falta de orgullo al juzgar si un hombre pertenece o no a la ciudad terrena o celeste, lo cual supondría que disponemos de la capacidad de examinar al hombre y sus actos, facultad sólo reservada al Creador, único y verdadero Juez; por lo que, si llegásemos a cometer esta tentación de creernos mejores que los demás, perderíamos la humildad característica de los ciudadanos del cielo, si es que la hubiéramos alcanzado. (cfr. pp. 32-33).


"¿Qué es la ciudad terrena que termina en el infierno? Aquella sociedad de los hombres que no quieren aceptar que necesitan Mediador o que no quieren reconocer que necesitan ir más allá de donde pueden llegar con sus esfuerzos humanos. Si el hombre valora como autosuficiente, plena y última, su propia naturaleza humana, hasta el punto de perder la dimensión de la religión; si la transforma -como dijeron los hegelianos- en la adoración de lo humano en la cultura, en la nación, en la política, en la propia historia humana, entonces la política sería nuestra religión y el Estado nuestra Providencia, como afirmón Feuerbach [en La esencia del cristianismo]". (p. 37).


Afirma san Agustín que el mayor bien que existe en este mundo es la ciudad terrena, la misma que de acuerdo con su argumentación en la Civitas Dei acaba en el infierno. ¿Acaso se está contradiciendo el obispo de Hipona? No. Con esta afirmación nos quiere enseñar que lo mejor del mundo es la Sociedad humana, como vida pública y como convivencia entre los hombres que buscan la paz (que es el mayor bien deseado por la Sociedad). Pero esa Sociedad humana y esa búsqueda de la paz ha de dirigirse hacia la "auténtica ciudadanía", a saber, la celeste. Para entendernos, y a modo de conclusión. La realidad del infierno llega cuando los habitantes de la ciudad terrena olvidan que están llamados a ser también ciudadanos de la ciudad celeste. Así, los actos del hombre iluminados por Dios resultan beneficiosos para toda la Sociedad; mientras que los actos que sólo buscan el propio beneficio del hombre acaban siendo perniciosos para la Humanidad porque son fruto del orgulloso interés del hombre que los ejecuta. (cfr. pp. 38-39).


En Barcelona, a 23 de septiembre de 2008.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Atentado de ETA en Santoña

Ayer llegué a Barcelona tras unos días de vacaciones en Santoña, la perla del Cantábrico. Han sido unos días estupendo: descansada fiesta en familia.

Esta mañana me llamaron de "la tierruca" para comunicarme la fatal noticia del atentado terrorista frente al Patronato militar "Virgen del Puerto" en el que se preparan los militares para ingresar en la Academia de sub-oficiales de Lérida, además de servir como residencia de vacaciones para militares y sus familias. Sentí un escalofrío al pensar que podría haber muerto alguna persona conocida por mi... Aunque mayor fue mi pesar cuando me confirmaron que ciertamente había un muerto...

Las personas no podemos vivir con la incertidumbre de que una muerte violenta provocada por una banda de insensatos terroristas nos espera a la vuelta de la esquina. La sinrazón se ha apoderado de ellos y de quienes defendienden que la violencia es lícita para defender las ideas. Aunque a estas alturas creo que lo que quieren es seguir viviendo del terrorismo y de seguir creando "alarma social" ante la posibilidad de un atentado. Un hombre no es más que otro hombre, por lo que ningún hombre puede decidir sobre la vida de otra persona. Esto es así. Negarlo es defender que existen hombres superiores y otros inferiores: esta creencia es propia del nazismo más obsoleto y del racismo ignorante más odioso.

Escribo estas líneas con tristeza y rabia contenida, mas no quiero terminar sin recordar las palabras del hijo del Brigada del Ejército de Tierra, Luis Conde de la Cruz, que ha entregado inocentemente su vida esta madrugada (q. d. e. p.). Os despido con ellas.



En Barcelona, a 22 de septiembre de 2008.

Christifideles Laici. JP II (XV). La dignidad de la Persona

Como cada lunes, presentamos un fragmento de la Christifideles laici de Juan Pablo II, sobre misión de los laicos en la vida pública. Sé que lo que vas a leer aquí no es un mensaje que nuestra Sociedad diga a los cuatro vientos. Pero es Verdad. El valor de tu Persona es incalculable. ¡Por eso eres un ser muy valioso! ¡Por eso eres importante! Los subrayados son míos. ¡Espero vuestros comentarios!

Promover la dignidad de la persona

37. Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana. Entre todas las criaturas de la tierra, sólo el hombre es «persona», sujeto consciente y libre y, precisamente por eso, «centro y vértice» de todo lo que existe sobre la tierra.


La dignidad personal es el bien más precioso que el hombre posee, gracias al cual supera en valor a todo el mundo material. Las palabras de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si después pierde su alma?» (Mc 8, 36) contienen una luminosa y estimulante afirmación antropológica: el hombre vale no por lo que «tiene» -¡aunque poseyera el mundo entero!-, sino por lo que «es». No cuentan tanto los bienes de la tierra, cuanto el bien de la persona, el bien que es la persona misma.


La dignidad de la persona manifiesta todo su fulgor cuando se consideran su origen y su destino. Creado por Dios a su imagen y semejanza, y redimido por la preciosísima sangre de Cristo, el hombre está llamado a ser «hijo en el Hijo» y templo vivo del Espíritu; y está destinado a esa eterna vida de comunión con Dios, que le llena de gozo. Por eso toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios, y se configura como ofensa al Creador del hombre.


A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. Y al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa.


La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres entre sí. De aquí que sean absolutamente inaceptables las más variadas formas de discriminación (...). Toda discriminación constituye una injusticia completamente intolerable, (...), cuanto por el deshonor que se inflige a la dignidad de la persona; y no sólo a la dignidad de quien es víctima de la injusticia, sino todavía más a la de quien comete la injusticia.


Fundamento de la igualdad de todos los hombres, la dignidad personal es también el fundamento de la participación y la solidaridad de los hombres entre sí: el diálogo y la comunión radican, en última instancia, en lo que los hombres «son», antes y mucho más que en lo que ellos «tienen». La dignidad personal es propiedad indestructible de todo ser humano. Es fundamental captar todo el penetrante vigor de esta afirmación, que se basa en la unicidad y en la irrepetibilidad de cada persona.


En consecuencia, el individuo nunca puede quedar reducido a todo aquello que lo querría aplastar y anular en el anonimato de la colectividad, de las instituciones, de las estructuras, del sistema. En su individualidad, la persona no es un número, no es un eslabón más de una cadena, ni un engranaje del sistema. La afirmación que exalta más radicalmente el valor de todo ser humano la ha hecho el Hijo de Dios encarnándose en el seno de una mujer.


En Barcelona, a 22 de septiembre de 2008.

martes, 16 de septiembre de 2008

Criterios para reconocer un grupo cristiano. Juan Pablo II

La necesidad de Dios en el mundo actual para el hombre de hoy es innegable. Aunque muchos se esfuerzan en silenciar “su Palabra” y "sus Obras", o más bien en substituirlas. Me refiero a las sectas o, a modo de eufemismo, “Nuevos Movimientos Religiosos” (NMR), y a todo tipo de ideología relativista que "predica" un ateísmo teórico imposible de llevar a la práctica. Pero hoy no entraremos en la frondosidad selvática de estas cuestiones tan complejas y difíciles.


Hoy quiero presentaros unos criterios claros y precisos (conocidos como “los criterios de eclesialidad”) que os libren de los engaños y de las “medias verdades” con que las sectas y otros "clanes" tratan de captar a inocentes e ingenuos nuevos adeptos. Con estas afirmaciones reconoceréis qué asociaciones viven auténticamente la fe en la que nos gloriamos profesar, las cuales están tomadas del n. 30 de la exhortación apostólica Christifideles laici compuesta por Juan Pablo II en 1988. ¡Allá van!:


- Una asociación de fieles laicos reconoce la primacía de la vocación de cada cristiano a la santidad. Por lo que cada uno de todos los grupos participan y son instrumentos de y para la santidad en la Iglesia (en la que estamos todos los bautizados).


- Una asociación de fieles laicos es responsable de confesar la fe católica, acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia. Por esta razón, debe ser un lugar en el que se anuncia, se propone y se educa la fe para vivirla en todo su contenido.


- Una asociación de fieles laicos da testimonio de una comunión firme con el Papa, cabeza visible de unidad en la Iglesia universal, y con el Obispo de la diócesis, «principio y fundamento visible de unidad» en la Iglesia particular.


- Una asociación de fieles laicos participa conforme el «fin apostólico de la Iglesia» que consiste en «la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de su conciencia, de modo que consiga impregnar con el espíritu evangélico las diversas comunidades y ambientes».


- Una asociación de fieles laicos está comprometida en estar presentes en la Sociedad, de manera que, de acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre. En este sentido, deben ser corriente viva que cree las condiciones más justas y fraternas en la Sociedad.


Las consecuencias de estos criterios se comprueban en los “frutos concretos” que acompañan la vida y las obras de las diversas asociaciones, como pueden ser: el renovado gusto por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y sacramental; el estímulo para que florezcan vocaciones al matrimonio cristiano, al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada; la disponibilidad a participar en los programas y actividades de la Iglesia sea a nivel local, sea a nivel nacional o internacional; el empeño catequético y la capacidad pedagógica para formar a los cristianos; el impulsar a una presencia cristiana en los diversos ambientes de la vida social, y el crear y animar obras caritativas, culturales y espirituales; el espíritu de desprendimiento y de pobreza evangélica que lleva a desarrollar una generosa caridad para con todos; la conversión a la vida cristiana y el retorno a la comunión de los bautizados «alejados», entre los millones de otras cosas que configuran la vida del hombre.


En Boo de Piélagos, a 16 de septiembre de 2008.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Christifideles Laici. Juan Pablo II (XIV)

Hola. Este lunes presentamos otro punto más de la exhortación apostólica sobre la misión y vocación de los laicos en la vida pública de Juan Pablo II. Espero vuestros comentarios, y ¡Nuestra Señora La Bien Aparecida, Reina y Señora de la Montaña; Ruega por nosotros! ("La Montaña" es el epíteto con que desde siglos se designa a la actual Comunidad Autónoma de Cantabria).

Vivir el Evangelio sirviendo a la persona y a la sociedad

36. Acogiendo y anunciando el Evangelio con la fuerza del Espíritu, la Iglesia se constituye en comunidad evangelizada y evangelizadora y, precisamente por esto, se hace sierva de los hombres. En ella los fieles laicos participan en la misión de servir a las personas y a la sociedad. (...). Desde esta perspectiva la Iglesia está llamada, a causa de su misma misión evangelizadora, a servir al hombre. Tal servicio se enraiza primariamente en el hecho prodigioso y sorprendente de que, «con la encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre». (...).


Volvamos a leer un texto -especialmente clarificador- de la Constitución [del Vaticano II] Gaudium et spes: «Ciertamente la Iglesia, persiguiendo su propio fin salvífico, no sólo comunica al hombre la vida divina, sino que, en cierto modo, también difunde el reflejo de su luz sobre el universo mundo, sobre todo por el hecho de que sana y eleva la dignidad humana, consolida la cohesión de la sociedad, y llena de más profundo sentido la actividad cotidiana de los hombres. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer una gran ayuda para hacer más humana la familia de los hombres y su historia».


En esta contribución a la familia humana de la que es responsable la Iglesia entera, los fieles laicos ocupan un puesto concreto, a causa de su «índole secular», que les compromete, con modos propios e insustituibles, en la animación cristiana del orden temporal.


En Santoña, festejando con desbordada alegría la celebración en honor de La Bien Aparecida, Patrona de la diócesis de Santander y de la Comunidad Autónoma de Cantabria, a 15 de septiembre de 2008.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Christifideles Laici. JP II (XIII). Los carismas

Este lunes presentamos el punto de la exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la misión y vocación de los laicos en la vida pública, que habla sobre los carismas. Los subrayados son míos. Espero vuestros comentarios, y ¡viva la Virgen del Puerto, Patrona de Santoña y Siete Villas!

Los carismas

24. El Espíritu Santo no sólo confía diversos ministerios a la Iglesia-Comunión, sino que también la enriquece con otros dones e impulsos particulares, llamados carismas. Estos pueden asumir las más diversas formas, sea en cuanto expresiones de la absoluta libertad del Espíritu que los dona, sea como respuesta a las múltiples exigencias de la historia de la Iglesia. La descripción y clasificación que los textos neotestamentarios hacen de estos dones, es una muestra de su gran variedad: «A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para la utilidad común. Porque a uno le es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia por medio del mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, el don de profecía; a otro, el don de discernir los espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, finalmente, el don de interpretarlas» (1Co 12, 7-10).


Sean extraordinarios, sean simples y sencillos, los carismas son siempre gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya que están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. Incluso en nuestros días, no falta el florecimiento de diversos carismas entre los fieles laicos, hombres y mujeres. Los carismas se conceden a la persona concreta; pero pueden ser participados también por otros y, de este modo, se continúan en el tiempo como viva y preciosa herencia, que genera una particular afinidad espiritual entre las personas. (...).


Los carismas han de ser acogidos con gratitud, tanto por parte de quien los recibe, como por parte de todos en la Iglesia. Son, en efecto, una singular riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero Cuerpo de Cristo, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del Espíritu, y sean ejercidos en plena conformidad con los auténticos impulsos del Espíritu. En este sentido siempre es necesario el discernimiento de los carismas. En realidad, (...), «la acción del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, no siempre es fácil de reconocer y de acoger. Sabemos que Dios actúa en todos los fieles cristianos y somos conscientes de los beneficios que provienen de los carismas, tanto para los individuos como para toda la comunidad cristiana. Sin embargo, somos también conscientes de la potencia del pecado y de sus esfuerzos tendientes a turbar y confundir la vida de los fieles y de la comunidad».


En Santoña, celebrando con gozo y alegría las fiestas en honor a su Patrona, Santa María del Puerto, a 8 de septiembre de 2008.

martes, 2 de septiembre de 2008

Homenaje a Pedro Antonio Urbina, escritor

El pasado viernes 29 de agosto estuvo en Barcelona Jerónimo José Martín, Presidente del Círculo de Escritores Cinematográficos, para impartir una conferencia organizada por la asociación Cinemanet. Al final de la misma, mientras conversaba con él me comunicó que el pasado 31 de julio falleció para mi tristeza mi admirado maestro don Pedro Antonio Urbina.

Esta noticia confieso que me conmocionó por unos momentos, dejándome sin capacidad de reacción, porque tuve el privilegio de ser su secretario personal durante la temporada en la que viví en Madrid trabajando como profesor de ética y filosofía en el Colegio El Prado. No fueron muchos meses pero fueron los suficientes como para saber que trabajaba para un artista "de pura cepa", para un genio creador, para un espíritu auténticamente libre que vivía en todo instante como si pudiera contemplar la Belleza (con mayúsculas) alrededor suyo -de la que ahora seguro goza ya en el Cielo- y para ver en él a un maestro.


Estas líneas no pretender dar a conocer su ya reconocida y colosal talla intelectual, humana y espiritual, pero si no la conoces te invito a visitar su web o algunos de los artículos de Aceprensa o Filasiete, revistas digitales de las que era colaborador y que se hacen eco de su muerte. También puede consultarse el artículo del también escritor Fernando Alonso Barahona en el El semanal digital.

Se puede afirmar que "PAU"
-como habitualmente gustaba firmar sus cartas y escritos- ha escrito de casi todo. Ha cultivado el ensayo, ha sido un sensible poeta, exhaustivo biógrafo, novelista y dramaturgo, vivió la "infancia espiritual" para escribir cuentos infantiles y guiones de programas de televisión para niños ("Dabadabadá", "Un globo, dos globos"), completo y culto traductor, editor de estudios literarios, sutil crítico del séptimo arte sobre el que gustaba organizar brillantes cineforums en su estudio de la calle Serrano, etc. Un amante del Arte en todas sus expresiones.

Tan solo quiero hacer memoria del magisterio -aunque breve- que me transmitió, arraigando en mí el valiosísimo ejemplo de la ilusión por crear nuevos y sugerentes escritos que estimulasen la imaginación del lector, por disfrutar cada día de las pequeñas cosas que nos rodean y por sacarle jugo crítico y lúdico a la realidad en la que vivimos. Así era don Pedro Antonio. Siempre sonriendo y viendo el lado positivo de las cosas. Nunca había un gran problema sino una solución dispuesta a ser descubiert
a. Siempre jugando con las palabras, creando siempre alguna nueva llena de vistosa y alegre sonoridad. Sus cualidades fueron admirables pero en honor a la Verdad debo decir que todo ello fue fruto de su profunda y delicada sensibilidad, de su educada voluntad, de su cultivada inteligencia, y de su enorme capacidad de trabajo y estudio. Con él aprendí la sacrificada y la laboriosa vida del escritor, fuente inagotable de nuevas historias y bellas experiencias. A escribir se aprende escribiendo -muchas veces me decía, con Radio Clásica como fondo-, mas previamente hay que leer ¡y mucho! Y dejar que la imaginación y la razón hagan lo demás.. Con trabajo salen los escritos.. pero las historias, Alfredo, están ahí, en la realidad..

Durante los meses que estuve a su servicio hubo múltiples tareas (relaciones sociales, cartas, concursos literarios, web, etc.), pero principalmente colaboré con él en sacar a delante una adaptación de la Biblia para niños que finalmente publicó "Palabra". Fueron meses intensos de revisiones, de reescrituras (pues cada vez que hablábamos con la editorial ¡sorprendentemente pedían reducir el número de páginas!), de búsqueda de dibujantes que reflejasen adecuadamente las escenas bíblicas, etc. Fue mucho trabajo, pero la familiarización con la Historia Sagrada fue el alicente que movió a don Pedro Antonio a concluir esta importante labor de adaptación de las escenas bíblicas para los niños.

Su valía como pensador fue reconocida en el prólogo que el gran filósofo gaditano, maestro de maestros, Antonio Millán-Puelles realizó para su ensayo Filocalía o amor a la Belleza (Rialp. Madrid, 1988), en el que don Pedro Antonio nos invita a reflexionar sobre los fundamentos científicos de la tarea artística en perpétua búsqueda de la Belleza.

No quiero terminar sin hacer referencia a una cualidad de don Pedro Antonio quizá desconocida, pero que a mi me demostro. ¡"PAU" era profeta! En algunas de nuestras conversaciones me decía que algún día volvería a Cantabria, que allí una guapa montañesa me "guiñaría" el ojo y que me casaría con ella.. Yo siempre le decía que eso sería casi imposible o muy difícil de que se cumpliera porque llevaba bastantes años fuera de "la tierruca" y no tenía intenciones de volver al menos en unos cuantos años. Aún así cuando salió la edición de la Biblia para niños me lo volvió a recordar escribiéndomelo en una tarjeta dedicada. Y, ¡caray con "PAU"! Porque se cumplió su vaticinio. Por caprichos de la Providencia Divina marché a trabajar a Santander... y sí, allí conocí a la que hoy es mi esposa. ¿Cómo supo que iba a ser "una guapa montañesuca"? Aún no lo he descubierto, pero siempre creí que tuvo un "don" para ver lo que otros no vemos.

Desde aquí mi cariño. Requiem in pace. Amen.

En Barcelona, a 2 de septiembre de 2008.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Christifideles Laici. Los fieles laicos. Juan Pablo II (XII)

¡Hola! Este lunes presentamos otros dos puntos de la Christifideles laici de Juan Pablo II, que, como ya a estas alturas sabes, trata sobre la vocación y misión de los laicos en la vida pública. En esta ocasión se va a tratar el tema de los carismas, los dones y los talentos, siempre necesarios para ponerlos en juego en la vida pública.

Los ministerios y los carismas, dones del Espíritu a la Iglesia

21. El Concilio Vaticano II presenta los ministerios y los carismas como dones del Espíritu Santo para la edificación del Cuerpo de Cristo y para el cumplimiento de su misión salvadora en el mundo. La Iglesia, en efecto, es dirigida y guiada por el Espíritu, que generosamente distribuye diversos dones jerárquicos y carismáticos entre todos los bautizados, llamándolos a ser -cada uno a su modo- activos y corresponsables.


Los ministerios presentes y operantes en la Iglesia, si bien con modalidades diversas, son todos una participación en el ministerio de Jesucristo, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, el siervo humilde y totalmente sacrificado por la salvación de todos. Pablo es completamente claro al hablar de la constitución ministerial de las Iglesias apostólicas. (...) «A algunos Dios los ha puesto en la Iglesia, en primer lugar como apóstoles, en segundo lugar como profetas, en tercer lugar como maestros (...)» (1Co 12, 28). (...) «A cada uno de nosotros nos ha sido dada la gracia según la medida del don de Cristo (...). Es él quien, por una parte, ha dado a los apóstoles, por otra, a los profetas, los evangelistas, los pastores y los maestros, para hacer idóneos los hermanos para la realización del ministerio, con el fin de edificar el cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, según la medida que corresponde a la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 7.11-13).


Ministerios, oficios y funciones de los laicos

23. La misión salvífica de la Iglesia en el mundo es llevada a cabo no sólo por los ministros en virtud del sacramento del Orden, sino también por todos los fieles laicos. En efecto, (...), participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo, cada uno en su propia medida. Los pastores, por tanto, han de reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de ellos, además en el Matrimonio. (...). El Código de Derecho Canónico escribe: «Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho». Sin embargo, el ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor. En realidad, no es la tarea lo que constituye el ministerio, sino la ordenación sacramental. (...).


Como consecuencia de la renovación litúrgica promovida por el Concilio, los mismos fieles laicos han tomado una más viva conciencia de las tareas que les corresponden en la asamblea litúrgica y en su preparación, y se han manifestado ampliamente dispuestos a desempeñarlas. En efecto, la celebración litúrgica es una acción sacra no sólo del clero, sino de toda la asamblea. (...). Es necesario pues, en primer lugar, que los pastores, al reconocer y al conferir a los fieles laicos los varios ministerios, oficios y funciones, pongan el máximo cuidado en instruirles acerca de la raíz bautismal de estas tareas. (...).

(...), la exhortación Evangelii nuntiandi (8/XII/1975), (...), recuerda que «el campo propio de su actividad evangelizadora es el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social, de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras realidades particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento. Cuantos más laicos haya compenetrados con el espíritu evangélico, responsables de estas realidades y explícitamente comprometidos en ellas, competentes en su promoción y conscientes de tener que desarrollar toda su capacidad cristiana, a menudo ocultada y sofocada, tanto más se encontrarán estas realidades al servicio del Reino de Dios -y por tanto de la salvación en Jesucristo-, sin perder ni sacrificar nada de su coeficiente humano, sino manifestando una dimensión trascendente a menudo desconocida». (...).

En Barcelona, a 1 de septiembre de 2008.