martes, 23 de septiembre de 2008

Mundo Histórico y Reino de Dios en san Agustín. F. Canals

Hoy quiero presentarte, querido lector, el interesante libro de Francisco Canals Vidal Mundo histórico y Reino de Dios (Scire. Barcelona, 2005). En esta obra se reunen unas conferencias que el filósofo barcelonés impartió en la Fundación Balmesiana de Barcelona en 1993, y que se incluyen dentro del ámbito de la Teología de la Historia, como él mismo afirma en la Introducción.El exhaustivo análisis filosófico de estas cuestiones y la magistral profundidad que alcanzan sus reflexiones exigen leer detenidamente sus páginas para "gustar" plenamente de sus brillantes enseñanzas que, una vez más, nos ofrece don Francisco, que es doctor en Filosofía, Derecho y Teología, catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona y miembro destacado de la Escuela Tomista de Barcelona, de la Pontificia Academia de Santo Tomás y de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (S.I.T.A.). Quiero en estas líneas rescatar algunas de las ideas de su Introducción y de su primer artículo, dedicado a san Agustín.


En la Introducción (pp. 19-28) Canals realiza una serie de explicaciones previas que nos situan en el contexto filosófico-teológico que interrelaciona "mundo histórico" con "Reino de Dios". El sentido de “mundo” hay que entenderlo no solo como "algo" propiamente material (Cosmos, Universo) sino principalmente en el sentido filosófico, que es más existencial, pues con “mundo” nos referimos a “la humanidad”. Hay que entender “histórico” hay que entenderlo como el despliegue de la humanidad en la Historia caracterizada por sus polémicas y enfrentamientos motivados por el orgullo que ciega la voluntad del hombre, pero también adjetivada por sus permanentes ansias de superación y mejora de las equivocaciones y errores. (cfr. p. 19).


Hegel habla con frecuencia sobre el “Reino de Dios” pero tras su filosofía no se encuentra la providencia de un Dios transcendente ni personal ni creador de la realidad. ¡Hay que estar ojo avizor! Porque su filosofía sigue viva en filosofías actuales de la cultura, del lenguaje, de la historia y de la teología que ejercen una sutil pero constante influencia en nuestros modelos de vida. Un “truco” para detectarlas: generalmente hablan del “Reino de Dios” o de “lo divino” como algo que humanamente evoluciona y que el hombre por sí mismo conquista gracias a su madurez intelectual hasta alcanzar la “plena conciencia de lo divino”. (cfr. p. 20).


La relación entre “Mundo histórico y Reino de Dios” debe ser abordada prioritariamente desde la Palabra de Dios -y no sólo desde nuestra razón limitada ignorante de la dimensión de los misterios divinos-. El conocimiento de las Sagradas Escrituras nos pueden permitir explicar con cierto grado de inteligencia la Historia de la humanidad juzgando cómo se manifiesta en ella el “Reino de Dios”. (cfr. p. 21). Os invito a releer estos pasajes del Nuevo Testamento desde los que podemos comenzar la reflexión sobre esta cuestión: St 1, 26-27; 1Jn 2, 15-17. 4, 1-6. 5, 4-5; Jn 15, 18-19. 16, 8-11. 18, 36; Ef 6, 10-12; y 1Cor 2, 6. En el comentario del Salmo 54 san Agustín se inspira en el texto del apóstol de los gentiles en el que afirma que la lucha de este mundo no es contra los hombres sino contra los demonios y los gobernantes del mundo (cfr. Ef 6, 10-12) al afirmar que "nuestra lucha no es (...) contra los hombres que veis, sino contra príncipes y rectores del mundo de estas tinieblas. No sea que por haber dicho rectores del mundo entendieseis que los demonios rigen el cielo y la tierra (...)" (cfr. Enarrationes in psalmos, Salmo 54).


Cuando el obispo de Hipona -enseña Canals- "dice "los rectores del mundo" no atribuye el gobierno del mundo a los demonios, no. Dice "del mundo de estas tinieblas", significando el mundo de los que aman al mundo, el mundo de los que no aman y de los inicuos, el mundo que no conoció a Cristo, el mundo que odia a los discípulos del Señor. "Os doy la paz que el mundo no puede dar" (Jn 14, 27), dice el Señor. Este mundo es el que es regido por estas tinieblas. Y en este sentido, el Príncipe de este mundo es Satanás, y los demonios son los rectores de este mundo". (p. 26).


En el artículo Mundo histórico y Reino de Dios en san Agustín (pp. 29-42) se nos presenta un texto de Civitas Dei, clave de bóveda sobre la que se apoya la doctrina agustiniana sobre esta cuestión: "Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: la ciudad terrena el amor de sí hasta el desprecio de Dios, y la ciudad celeste el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo" (XIV, 28).


Nos podemos preguntar con Canals, "si el mundo es obra de Dios, todo se ha hecho por el Verbo (Jesucristo), y el Verbo estaba en el mundo, ¿por qué los amadores del mundo integran aquella ciudad terrena cuyo fin es el infierno eterno, (...)?". (p. 30). Ante esta cuestión muchos han catalogado erróneamente a san Agustín como pesimista antropológico.


La "ciudad terrena" también es llamada "ciudad de los hombres", "ciudad impía" y "pueblo de los infieles", y está edificada sobre el amor al hombre que llega a despreciar a Dios. [Es la ciudad que posee como único fundamento al hombre mismo, que no tiene otro estilo de vida que el relativismo moral, que ya Protágoras y Gorgias enseñaban en la Antigua Grecia]. El hombre que vive "según la carne", y que no se convierta antes en hijo de Dios y ciudadano, por tanto, de la ciudad celeste y eterna, pertenece a la ciudad terrena cuyo fin, reitera el filósofo cartaginés, es el infieno. Mas, siempre hay esperanza. Nadie puede pertenecer a la ciudad celeste si no ha pertenecido previamente a la ciudad terrena. Por lo que siempre cabe la posibilidad del don de la conversión del hombre en ciudadano del cielo. (cfr. p. 31).


San Agustín recuerda que la ciudad eterna existe en este mundo como consecuencia del amor de Dios para con los hombres, que mueve su Sagrado Corazón a tener misericordia de nosotros. Por lo que nadie puede atribuirse la ciudadanía de la ciudad eterna ni excluir a otros hombres de la misma. Cometeríamos una falta de orgullo al juzgar si un hombre pertenece o no a la ciudad terrena o celeste, lo cual supondría que disponemos de la capacidad de examinar al hombre y sus actos, facultad sólo reservada al Creador, único y verdadero Juez; por lo que, si llegásemos a cometer esta tentación de creernos mejores que los demás, perderíamos la humildad característica de los ciudadanos del cielo, si es que la hubiéramos alcanzado. (cfr. pp. 32-33).


"¿Qué es la ciudad terrena que termina en el infierno? Aquella sociedad de los hombres que no quieren aceptar que necesitan Mediador o que no quieren reconocer que necesitan ir más allá de donde pueden llegar con sus esfuerzos humanos. Si el hombre valora como autosuficiente, plena y última, su propia naturaleza humana, hasta el punto de perder la dimensión de la religión; si la transforma -como dijeron los hegelianos- en la adoración de lo humano en la cultura, en la nación, en la política, en la propia historia humana, entonces la política sería nuestra religión y el Estado nuestra Providencia, como afirmón Feuerbach [en La esencia del cristianismo]". (p. 37).


Afirma san Agustín que el mayor bien que existe en este mundo es la ciudad terrena, la misma que de acuerdo con su argumentación en la Civitas Dei acaba en el infierno. ¿Acaso se está contradiciendo el obispo de Hipona? No. Con esta afirmación nos quiere enseñar que lo mejor del mundo es la Sociedad humana, como vida pública y como convivencia entre los hombres que buscan la paz (que es el mayor bien deseado por la Sociedad). Pero esa Sociedad humana y esa búsqueda de la paz ha de dirigirse hacia la "auténtica ciudadanía", a saber, la celeste. Para entendernos, y a modo de conclusión. La realidad del infierno llega cuando los habitantes de la ciudad terrena olvidan que están llamados a ser también ciudadanos de la ciudad celeste. Así, los actos del hombre iluminados por Dios resultan beneficiosos para toda la Sociedad; mientras que los actos que sólo buscan el propio beneficio del hombre acaban siendo perniciosos para la Humanidad porque son fruto del orgulloso interés del hombre que los ejecuta. (cfr. pp. 38-39).


En Barcelona, a 23 de septiembre de 2008.

No hay comentarios: