lunes, 1 de diciembre de 2008

Christifideles Laici (XXV). JPII Fundamentos antropológicos hombre y mujer

Este lunes continuamos con la reflexión sobre el servicio de la mujer y del hombre dentro de la Sociedad, tema iniciado el lunes pasado y que a lo largo de este mes de diciembre abordaremos. El texto corresponde a la exhortación apostólica Christifideles Laici de Juan Pablo II (1988). Hoy se nos invita en concreto a considerar los fundamentos antropológicos y teológicos del hombre y de la mujer, los cuales nos ayudaran a situarlos al servicio de la Sociedad de acuerdo con sus respectivas vocaciones. Si quieres tener algún texto más actual puedes consultar el escrito publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó en 2004 -de acuerdo con el Concilio Vaticano II, esta exhortación apostólica y otros escritos del magisterio ordinario- en el que trató sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

Fundamentos antropológicos y teológicos

50. La condición para asegurar la justa presencia de la mujer en la Iglesia y en la sociedad es una más penetrante y cuidadosa consideración de los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina, destinada a precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre, no sólo por lo que se refiere a los papeles a asumir y las funciones a desempeñar, sino también, y más profundamente, por lo que se refiere a su estructura y a su significado personal. (...).


Empeñándose en la reflexión sobre los fundamentos antropológicos y teológicos de la condición femenina, la Iglesia se hace presente en el proceso histórico de los distintos movimientos de promoción de la mujer y, calando en las raíces mismas del ser personal de la mujer, aporta a ese proceso su más valiosa contribución. Pero antes, y más todavía, la Iglesia quiere obedecer a Dios, quien, creando al hombre «a imagen suya», «varón y mujer los creó» (Gn 1, 27); así como también quiere acoger la llamada de Dios a conocer, a admirar y a vivir su designio. Es un designio que «al principio» ha sido impreso de modo indeleble en el mismo ser de la persona humana -varón y mujer- y, por tanto, en sus estructuras significativas y en sus profundos dinamismos. (...). Aquella «plenitud» continúa en la historia: la lectura del designio de Dios acerca de la mujer se realiza incesantemente y se ha de llevar a cabo en la fe de la Iglesia, también gracias a la existencia concreta de tantas mujeres cristianas; sin olvidar la ayuda que pueda provenir de las diversas ciencias humanas y de las distintas culturas. Éstas, gracias a un luminoso discernimiento, podrán ayudar a captar y precisar los valores y exigencias que pertenecen a la esencia perenne de la mujer, y aquéllos que están ligados a la evolución histórica de las mismas culturas. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, «la Iglesia afirma que, bajo todos los cambios, hay muchas cosas que no cambian; éstas encuentran su fundamento último en Cristo, que es siempre el mismo: ayer, hoy y para siempre (cfr. Hb 13, 8)».


La Carta Apostólica sobre la dignidad y la vocación de la mujer [Mulieris Dignitatem, 1988] se detiene en los fundamentos antropológicos y teológicos de la dignidad personal de la mujer. El documento -que vuelve a asumir, proseguir y especificar las reflexiones de la catequesis de los miércoles dedicada por largo tiempo a la «teología del cuerpo»- quiere ser, a la vez, el cumplimiento de una promesa hecha en la Encíclica Redemptoris Mater (1987) y también la respuesta a la petición de los Padres sinodales.


La lectura de la Carta Mulieris dignitatem, también por su carácter de meditación bíblicoteológica, podrá estimular a todos, hombres y mujeres, y en particular a los cultores de las ciencias humanas y de las disciplinas teológicas, a que prosigan el estudio crítico, de modo que profundicen siempre mejor -sobre la base de la dignidad personal del varón y de la mujer y de su recíproca relación- los valores y las dotes específicas de la femineidad y de la masculinidad, no sólo en el ámbito del vivir social, sino también y sobre todo en el de la existencia cristiana y eclesial.


La meditación sobre los fundamentos antropológicos y teológicos de la mujer debe iluminar y guiar la respuesta cristiana a la pregunta, tan frecuente, y a veces tan aguda, acerca del espacio que la mujer puede y debe ocupar en la Iglesia y en la sociedad.


En Boo de Piélagos, a 1 de diciembre de 2008.


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