lunes, 6 de abril de 2009

Evangelium vitae. JPII (XIII): el amor por la vida del prójimo

Como en lunes pasados te traigo otro fragmento para nuestra formación de la carta encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II (1995), que como sabes resalta el valor y el carácter inviolable de la vida humana, tema de rabiosa actualidad y que no podemos dejar pasar por alto. Una vez más, el Papa Magno, a partir de un versículo del Génesis, reflexiona sobre el valor insustituible de la vida de los seres humanos que nos rodean. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

«A cada uno pediré cuentas de la vida de su hermano» (Gn 9, 5): veneración y amor por la vida de todos

39.
La vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital. Por tanto, Dios es el único señor de esta vida: el hombre no puede disponer de ella [a absoluto antojo]. Dios mismo lo afirma a Noé después del diluvio: «Os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana» (Gn 9, 5). El texto bíblico se preocupa de subrayar cómo la sacralidad de la vida tiene su fundamento en Dios y en su acción creadora: «Porque a imagen de Dios hizo Él al hombre» (Gn 9, 6).

La vida y la muerte del hombre están, pues, en las manos de Dios, en su poder: «El, que tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre», exclama Job (Jb 12, 10). «El Señor da muerte y vida, hace bajar al Seol y retornar» (1S 2, 6). Sólo Él puede decir: «Yo doy la muerte y doy la vida» (Dt 32, 39).

Sin embargo, Dios no ejerce este poder como voluntad amenazante, sino como cuidado y solicitud amorosa hacia sus criaturas. Si es cierto que la vida del hombre está en las manos de Dios, no lo es menos que sus manos son cariñosas como las de una madre que acoge, alimenta y cuida a su niño: «Mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre. ¡Como niño destetado está mi alma en mí!» (Sal 131 130, 2). (...).

40. De la sacralidad de la vida deriva su carácter inviolable, inscrito desde el principio en el corazón del hombre, en su conciencia [: por medio de la Ley natural inscrita en el corazón y el entendimiento de cada hombre]. (...), la experiencia de cada hombre [es que] en lo profundo de su conciencia siempre es llamado a respetar el carácter inviolable de la vida -la suya y la de los demás-, como realidad que no le pertenece, porque es propiedad y don de Dios Creador y Padre.

El mandamiento relativo al carácter inviolable de la vida humana ocupa el centro de las «diez palabras» de la alianza del Sinaí (cfr. Ex 34, 28). Prohíbe, ante todo, el homicidio (...); pero también condena (...) cualquier daño causado a otro. Ciertamente, se debe reconocer que en el Antiguo Testamento esta sensibilidad por el valor de la vida, aunque ya muy marcada, no alcanza todavía la delicadeza del Sermón de la Montaña, (...) el mensaje global, que corresponde al Nuevo Testamento llevar a perfección, es una fuerte llamada a respetar el carácter inviolable de la vida física y la integridad personal, y tiene su culmen en el mandamiento positivo que obliga a hacerse cargo del prójimo como de sí mismo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 19, 18).

41. El mandamiento «no matarás», incluido y profundizado en el precepto positivo del amor al prójimo, es confirmado por el Señor Jesús en toda su validez. (...).

Jesús explicita posteriormente con su palabra y sus obras las exigencias positivas del mandamiento sobre el carácter inviolable de la vida. Estas estaban ya presentes en el Antiguo Testamento, (...) (cfr. Ex 21, 22; 22, 20-26). Con Jesús estas exigencias positivas adquieren vigor e impulso nuevos y se manifiestan en toda su amplitud y profundidad: van desde cuidar la vida del hermano (familiar, perteneciente al mismo pueblo, extranjero que vive en la tierra de Israel), a hacerse cargo del forastero, hasta amar al enemigo. (...).

De este modo, el mandamiento de Dios para salvaguardar la vida del hombre tiene su aspecto más profundo en la exigencia de veneración y amor hacia cada persona y su vida. Esta es la enseñanza que el apóstol Pablo, haciéndose eco de la palabra de Jesús (cfr. Mt 19, 17-18), dirige a los cristianos de Roma: «(...). Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 10).

En Barcelona, Lunes Santo, a 6 de abril de 2009

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