lunes, 16 de febrero de 2009

Christifideles laici. JPII (y XXVI): Llamada a la oración

Este lunes concluimos con nuestra reflexión de la Christifideles laici de Juan Pablo II (1988). A lo largo de los lunes de estos 7 últimos meses he tratado de acercarte las enseñanzas que esta exhortación apostólica nos ofrece sobre el papel, misión y vocación que las personas como tú y yo tenemos en medio de la Sociedad. Tras el recorrido que hemos realizado, y a modo de colofón y envío al servicio de nuestro prójimo, el Papa nos invita a detenernos y a elevar una oración a Dios y a la Virgen María para poder poner por obra las reflexiones que hemos considerado estos lunes pasados.

Llamamiento y oración

64. Como conclusión de este documento post-sinodal vuelvo a dirigiros, una vez más, la invitación del «dueño de casa» del que nos habla el Evangelio: Id también vosotros a mi viña. Se puede decir que el significado del Sínodo sobre la vocación y misión de los laicos está precisamente en este llamamiento de Nuestro Señor Jesucristo dirigido a todos, y, en particular, a los fieles laicos, hombres y mujeres. (...).


Por eso os exhorto vivamente a todos y a cada uno, Pastores y fieles, a no cansaros nunca de mantener vigilante, más aún, de arraigar cada vez más -en la mente, en el corazón y en la vida- la conciencia eclesial; es decir, la conciencia de ser miembros de la Iglesia de Jesucristo, partícipes de su misterio de comunión y de su energía apostólica y misionera.


Es particularmente importante que todos los cristianos sean conscientes de la extraordinarta dignidad que les ha sido otorgada mediante el santo Bautismo. Por gracia estamos llamados a ser hijos amados del Padre, miembros incorporados a Jesucristo y a su Iglesia, templos vivos y santos del Espíritu. Volvamos a escuchar, emocionados y agradecidos, las palabras de Juan el Evangelista: «¡Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y lo somos realmente!» (1 Jn 3, 1). (...).


El vivo sentido de la comunión eclesial, don del Espíritu Santo que urge nuestra libre respuesta, tendrá como fruto precioso la valoración armónica, en la Iglesia «una y católica», de la rica variedad de vocaciones y condiciones de vida, de carismas, de ministerios y de tareas y responsabilidades, como también una más convencida y decidida colaboración de los grupos, de las asociaciones y de los movimientos de fieles laicos en el solidario cumplimiento de la común misión salvadora de la misma Iglesia. Esta comunión ya es en sí misma el primer gran signo de la presencia de Cristo Salvador en el mundo; y, al mismo tiempo, favorece y estimula la directa acción apostólica y misionera de la Iglesia. (...).


Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad. Los fieles laicos han de sentirse parte viva y responsable de esta empresa, llamados como están a anunciar y a vivir el Evangelio en el servicio a los valores y a las exigencias de las personas y de la sociedad. (...).


En Barcelona, a 16 de febrero de 2009.

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