miércoles, 28 de enero de 2009

Contra las filosofías que falsean la Doctrina de la Iglesia, la Humani generis recomienda el estudio de santo Tomás

El 12 de agosto de 1950, el Papa Pío XII sancionó la carta encíclica Humani generis, sobre las opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica. En ella se apuntan las filosofías (relativismo, evolucionismo, monismo, panteísmo, idealismo, inmanentismo, pragmatismo, materialismo, existencialismo) que con sus postulados confunden los auténticos principios cristianos, y que la Iglesia defiende como verdadero legado para la salvación y felicidad del hombre.

La Iglesia nada dice sobre las afirmaciones sostenidas por estas filosofías que no afectan a su doctrina. Sin embargo, se advierten en éllas afirmaciones que afectan contrariamente a los principios nucleares de la naturaleza humana: "el verdadero y genuino valor del conocimiento humano, los inconcusos [firmes, indiscutibles] principios metafísicos (los de razón suficiente, causalidad y finalidad) y, (...) que se puede llegar a la verdad cierta e inmutable" (n. 23).

La Iglesia, como Madre y Maestra qué es, advierte que a estas cuestiones esenciales "nunca es lícito derribarla o contaminarla con falsos principios, (...). Pues la Verdad y sus expresiones filosóficas no pueden estar sujetas a cambios continuos, principalemente cuando se trate de los principios que la mente humana conoce por sí misma (...). Ninguna verdad, que la mente humana hubiese descubierto mediante una sincera investigación, puede estar en contradicción con otra verdad y alcanzada, porque Dios, la suma Verdad, creó y rige la humana inteligencia no para que cada día oponga nuevas verdades a las ya realmente adquiridas, sino para que, apartados los errores que tal vez se hayan introducido, vaya añadiendo verdades a verdades de un modo tan ordenado y orgánico como el que aparece en la constitución misma de la naturaleza de las cosas, de donde se extrae la Verdad" (n. 24).

Consecuentemente, el hombre no debe abrazar "apresuradamente y ligeramente las novedades que se ofrecen todos los días, sino que ha de examinarlas con la máxima diligencia y ha de someterlas a justo examen, no sea que pierda la verdad ya adquirida o la corrompa, ciertamente con grave peligro y daño aun para la fe misma" (n. 24).

Por ello, el Santo Padre enseña, una vez más -como hicieron sus predecesores-, que para poder descubrir y corregir a esas filosofías nos alienta a instruirnos "en las disciplinas filosóficas según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico, pues por la experiencia de muchos siglos sabemos ya bien que el método del aquinate se distingue por una singular excelencia, tanto para formar (...) como para investigar la Verdad, y que, además, su doctrina está en armonía con la divina revelación y es muy eficaz así para salvaguardar los fundamentos de la fe como para recoger útil y seguramente los frutos de un sano progreso" (n. 25).

Continua la encíclica lamentando que los miembros de esas filosofías desprecien a priori la doctrina que la Iglesia defiende, especialmente cuando ésta busca el Bien para el hombre. Estas ideologías la menosprecian con apelativos de anticuada, antimoderna y de no ir con el progreso psicológico del hombre; y "pregonan que esta nuestra filosofía defiende erróneamente la posibilidad de una metafísica absolutamente verdadera; mientras ellos sostienen, por lo contrario, que las verdades, principalemente trascendentales, sólo pueden convenientemente expresarse mediante doctrinas dispares que se completen mutuamente, aunque en cierto modo sean opuestas entre sí" (n. 26).

También afirman estas ideologías "que la filosofía perenne no es sino la filosofía de las esencias inmutables, mientras que la gente moderna ha de considerar la existencia de los seres singulares y la vida en su continua evolución. Y mientras desprecian esta filosofía ensalzan otras, antiguas o modernas, orientales u occidentales, de tal modo que parecen insinuar que, cualquier filosofía o doctrina opinable, añadiéndole -si fuere menester- algunas correcciones o complementos, puede conciliarse con el dogma católico" (n. 26).

Y por si fuera poco, estas filosofías -principalmente el inmanentismo, el idealismo, el materialismo y el existencialismo- acusan a las enseñanzas tomistas, como si fuera un defecto de fondo y de forma, que en lo que al proceso del conocimiento se refiere, atienden "sólo a la inteligencia, menospreciando el oficio de la voluntad y de los sentimientos. Lo cual no es verdad. La filosofía cristiana, en efecto, nunca ha negado la utilidad y la eficiencia de las buenas disposiciones que todo espíritu tiene para conocer y abrazar los principios religiosos y morales; más aún: siempre ha enseñado que la falta de tales disposiciones puede ser la causa de que el entendimiento, bajo el influjo de las pasiones y de la mala voluntad, de tal manera, se obscurezca que no pueda ya llegar a ver con rectitud. Y el Doctor Común creee que el entendimiento puede en cierto modo percibir los más altos bienes correspondientes al orden moral, tanto natural como sobrenatural, en cuanto experimenta en lo íntimo una cierta efectiva connaturalidad con esos mismos bienes, ya sea natural, ya por medio de la gracia divina (cfr. Sto. Tomás. Summa Theologica I-II q. 1 a. 4 ad 3; q. 45 a. 2); (...)" (n. 26).

Ante esta situación Pío XII, dirige su mirada hacia los teólogos y los filósofos. A ellos encarga "la difícil misión de defender e imprimir en las almas de los hombres las verdades divinas y humanas", por lo que "no deben ignorar ni desatender estas opiniones que, más o menos, se apartan del recto camino. Aun más, es necesario que las conozcan bien, ya porque no se pueden curar las enfermedades si antes no son suficientemente conocidas; ya queen las mismas falsas afirmaciones se oculta a veces un poco de verdad; ya, por último, porque los mismos errores estimulan la mente a investigar y ponderar con mayor diligencia algunas verdades filosóficas o teológicas" (n. 5).

Pero, el Papa Pacelli no se queda en esto, llama les llama la atención diciéndoles que si los "filósofos y teólogos procurasen tan sólo sacar este fruto de aquellas doctrinas estudiadas con cautela, no tenía por qué intervenir el Magisterio de la Iglesia". Porque "no faltan quienes (...) amando la novedad más de lo debido y temiendo ser tenidos por ignorantes de los procesos de la ciencia, procuran sustraerse a la dirección del Sagrado Magisterio, y así se hallan en peligro de apartarse poco a poco e insensiblemente de la verdad revelada y arrastrar también a los demás hacía el error" (n. 6).

Así pues, para descubrir las falsas opiniones que tergiversan la doctrina de la Iglesia y de la auténtica filosofía humana hemos de procurar adquirir el hábito de la constante lectura de las obras de santo Tomás, fuente segura de una sólida formación humanísitica que nos permitirá evitar ser engañados por esas filosofías.

En Barcelona celebrando la festividad de santo Tomás de Aquino, a 28 de enero de 2009.

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