lunes, 17 de noviembre de 2008

Christifideles Laici. JPII (XXIII) El don de la sabiduría

Todos los lunes los estoy dedicando a recuperar algún texto relacionado con algún aspecto de la Vida Pública, que sirva para nuestra formación y reflexión. El de hoy también corresponde a la exhortación apostólica Christifideles Laici de Juan Pablo II (1988). En él se nos presenta el valor del don de la sabiduría a la hora de poder tomar decisiones que afecten a nuestra vida. En muchas ocasiones, por no decir casi siempre, esta sabiduría nos alcanza con los años, de ahí el respeto que hemos de profesar por nuestos "ancianos" (cada vez más numerosos a causa del envejecimiento de nuestra población y la escasa tasa de natalidad). Como sabes los órganos de decisión de las pólis (ciudades) de la Antigua Grecia estaban compuestas por hombres que representaban a sus ciudadanos. A esos hombres se los denominaban "presbyteros", que como ya podrás intuir significa "ancianos". Así se escogían a esos hombres "ancianos" (no por su edad) sino por su sabiduría y prudencia, necesaria para tomar buenas decisiones sobre los problemas que la ciudad presentaba. Las negritas son mías. ¡Espero tú comentario!


Los ancianos y el don de la sabiduría

48. A las personas ancianas -muchas veces injustamente consideradas inútiles, cuando no incluso como carga insoportable- (...).


La Biblia siente una particular preferencia en presentar al anciano como el símbolo de la persona rica en sabiduría y llena de respeto a Dios (cfr. Si 25, 4-6). En este mismo sentido, el «don» del anciano podría calificarse como el de ser, en la Iglesia y en la sociedad, el testigo de la tradición de fe (cfr. Sal 44, 2; Ex 12, 26-27), el maestro de vida (cfr. Si 6, 34; 8, 11-12), el que obra con caridad.


El acrecentado número de personas ancianas en diversos países del mundo, y la cesación anticipada de la actividad profesional y laboral, abren un espacio nuevo a la tarea apostólica de los ancianos. Es un deber que hay que asumir, (...); y, por otra parte, tomando conciencia cada vez más clara de que su propio papel en la Iglesia y en la sociedad de ningún modo conoce interrupciones debidas a la edad, sino que conoce sólo nuevos modos. Como dice el salmista: «Todavía en la vejez darán frutos, serán frescos y lozanos, para anunciar lo recto que es Yahvéh» (Sal 92, 15-16). Repito lo que dije durante la celebración del Jubileo de los Ancianos: «La entrada en la tercera edad ha de considerarse como un privilegio; y no sólo porque no todos tienen la suerte de alcanzar esta meta, sino también y sobre todo porque éste es el período de las posibilidades concretas de volver a considerar mejor el pasado, de conocer y de vivir más profundamente el misterio pascual, de convertirse en ejemplo en la Iglesia para todo el Pueblo de Dios (...). No obstante la complejidad de los problemas que debéis resolver y el progresivo debilitamiento de las fuerzas, y a pesar de las insuficiencias de las organizaciones sociales, los retrasos de la legislación oficial, las incomprensiones de una sociedad egoísta, vosotros no sois ni debéis sentiros al margen de la vida de la Iglesia, elementos pasivos de un mundo en excesivo movimiento, sino sujetos activos de un período humana y espiritualmente fecundo de la existencia humana. Tenéis todavía una misión que cumplir, una ayuda que dar. Según el designio divino, cada uno de los seres humanos es una vida en crecimiento, desde la primera chispa de la existencia hasta el último respiro».

En Barcelona, a 17 de noviembre de 2008.

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