lunes, 24 de noviembre de 2008

Christifideles Laici. JPII (XXIV) Mujeres y hombres

El fragmento de hoy de la exhortación de Juan Pablo II, Christifideles laici (1988), seguro que no va a dejar indiferente a nadie, ni éste ni los que "colgaré" en próximas ediciones, pues tratará sobre el papel social de hombres y mujeres, especialmente nos fijaremos en el de la mujer. El tema es muy importante, especialmente porque muestra el valor de cada persona (independientemente de su género), de su naturaleza, de su vocación y de su misión de trabajar por el Bien común. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios, como no puede ser de otro modo!

Mujeres y hombres
49. Los Padres sinodales [del Concilio Vaticano II] han dedicado una atención particular a la condición y al papel de la mujer, con una doble intención: reconocer, e invitar a reconocer por parte de todos y una vez más, la indispensable contribución de la mujer a la edificación de la Iglesia y al desarrollo de la sociedad; y además, analizar más específicamente la participación de la mujer en la vida y en la misión de la Iglesia.

Refiriéndose a Juan XXIII, que vió un signo de nuestro tiempo en la conciencia que tiene la mujer de su propia dignidad y en el ingreso de la mujer en la vida pública, los Padres sinodales -frente a las más variadas formas de discriminación y de marginación a las que está sometida por el simple hecho de ser mujer— han afirmado repetidamente y con fuerza la urgencia de defender y promover la dignidad personal de la mujer y, por tanto, su igualdad con el varón.

Si es éste un deber de todos en la Iglesia y en la sociedad, lo es de modo particular de las mujeres, las cuales deben sentirse comprometidas como protagonistas en primera línea. (...), sólo el abierto reconocimiento de la dignidad personal de la mujer constituye el primer paso a realizar para promover su plena participación tanto en la vida eclesial como en aquella social y pública. Se debe dar más amplia y decisiva respuesta a la petición hecha por la Exhortación Familiaris consortio (1981) en relación con las múltiples discriminaciones de las que son víctimas las mujeres: «(...)que por parte de todos se desarrolle una acción pastoral específica, más enérgica e incisiva, a fin de que estas situaciones sean vencidas definitivamente, de tal modo que se alcance la plena estima de la imagen de Dios que se refleja en todos los seres humanos sin excepción alguna». En la misma línea han afirmado los Padres sinodales: «La Iglesia, como expresión de su misión, debe oponerse con firmeza a todas las formas de discriminación y de abuso de la mujer», y también señalaron que «la dignidad de la mujer —gravemente vulnerada en la opinión pública— debe ser recuperada mediante el efectivo respeto de los derechos de la persona humana y por medio de la práctica de la doctrina de la Iglesia». (...).

Aunque no hayan sido llamadas al apostolado de los Doce y por tanto al sacerdocio ministerial, muchas mujeres acompañan a Jesús en su ministerio y asisten al grupo de los Apóstoles (cfr. Lc 8, 2-3 ); están presentes al pie de la Cruz (cfr. Lc 23, 49); ayudan al entierro de Jesús (cfr. Lc 23, 55) y la mañana de Pascua reciben y transmiten el anuncio de la resurrección (cfr. Lc 24, 1-10); rezan con los Apóstoles en el Cenáculo a la espera de Pentecostés (cfr. Hch 1, 14). (...).

En sus Cartas, Pablo recuerda, también por su propio nombre, a numerosas mujeres por sus varias funciones dentro y al servicio de las primeras comunidades eclesiales (cfr. Rm 16, 1-15; Flp 4, 2-3; Col 4, 15; 1Co 11, 5; 1Tm 5, 16). «Si el testimonio de los Apóstoles funda la Iglesia -ha dicho Pablo VI-, el de las mujeres contribuye en gran manera a nutrir la fe de las comunidades cristianas».

Y, como en los orígenes, así también en su desarrollo sucesivo la Iglesia siempre ha conocido (...) mujeres que han desempeñado un papel quizá decisivo y que han ejercido funciones de considerable valor para la misma Iglesia. Es una historia de inmensa laboriosidad, humilde y escondida la mayor parte de las veces, pero no por eso menos decisiva para el crecimiento y para la santidad de la Iglesia. Es necesario que esta historia se continúe, es más que se amplíe e intensifique ante la acrecentada y universal conciencia de la dignidad personal de la mujer y de su vocación, y ante la urgencia de una «nueva evangelización» y de una mayor «humanización» de las relaciones sociales. (...).

Y más adelante agregaron [los Padres del Vaticano II]: «Este Sínodo proclama que la Iglesia exige el reconocimiento y la utilización de estos dones, experiencias y aptitudes de los hombres y de las mujeres, para que su misión se haga más eficaz (cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instructio de libertate christiana et liberatione, 72)».

En Madrid, a 24 de noviembre de 2008.

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