lunes, 30 de marzo de 2009

Evangelium vitae. JPII (XI): el rostro del hombre, imagen de la gloria divina

Como en lunes anteriores, te rescato un fragmento de la encíclica Evangelium vitae (1995), que como sabes reflexiona sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, para formar nuestro criterio respecto a este tema de rabiosísima actualidad y que no podemos dejar pasar por alto. El Papa Juan Pablo II Magno, una vez más medita un pasaje del las Sagradas Escrituras y nos regala una reflexión sobre la grandeza de la Vida del hombre. Las negritas son mías. ¡Espero tus comentarios!

«Llamados... a reproducir la imagen de su Hijo» (Rm 8, 28-29): la gloria de Dios resplandece en el rostro del hombre

34. La vida es siempre un bien. (...). ¿Por qué la vida es un bien? La pregunta recorre toda la Biblia, y ya desde sus primeras páginas encuentra una respuesta eficaz y admirable. La vida que Dios da al hombre es original y diversa de la de las demás criaturas vivientes, ya que el hombre, aunque proveniente del polvo de la tierra (cfr. Gn 2, 7; 3, 19; Jb 34, 15; Sal 103, 14. 104, 29), es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria (cfr. Gn 1, 26-27; Sal 8, 6). (...). Al hombre se le ha dado una altísima dignidad, que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une a su Creador: en el hombre se refleja la realidad misma de Dios.

Lo afirma el libro del Génesis en el primer relato de la creación, poniendo al hombre en el vértice de la actividad creadora de Dios, como su culmen, al término de un proceso que va desde el caos informe hasta la criatura más perfecta. Toda la creación está ordenada al hombre y todo se somete a él (cfr. Gn 1, 28. 2, 15). Así se reafirma la primacía del hombre sobre las cosas, las cuales están destinadas a él y confiadas a su responsabilidad, mientras que por ningún motivo el hombre puede ser sometido a sus semejantes y reducido al rango de cosa.

En el relato bíblico, la distinción entre el hombre y las demás criaturas se manifiesta sobre todo en el hecho de que sólo su creación se presenta como fruto de una especial decisión por parte de Dios, de una deliberación que establece un vínculo particular y específico con el Creador: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra» (Gn 1, 26). La vida que Dios ofrece al hombre es un don con el que Dios comparte algo de sí mismo con la criatura. (...). [El libro del Eclesiástico] manifiesta no sólo su dominio [el del hombre] sobre el mundo, sino también las facultades espirituales más características del hombre, como la razón, el discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre (cfr. Eclo 17, 6). La capacidad de conocer la verdad y la libertad son prerrogativas del hombre en cuanto creado a imagen de su Creador, (...) (cfr. Dt 32, 4). (...).

Sólo la aparición de la mujer, es decir, de un ser que es hueso de sus huesos y carne de su carne (cf. Gn 2, 23), y en quien vive igualmente el espíritu de Dios creador, puede satisfacer la exigencia de diálogo interpersonal que es vital para la existencia humana. En el otro, hombre o mujer, se refleja Dios mismo, meta definitiva y satisfactoria de toda persona. (...). La gloria de Dios resplandece en el rostro del hombre. En él encuentra el Creador su descanso, como comenta asombrado y conmovido san Ambrosio: «Finalizó el sexto día y se concluyó la creación del mundo con la formación de aquella obra maestra que es el hombre, (...). Descansó al final en lo íntimo del hombre, descansó en su mente y en su pensamiento; en efecto, había creado al hombre dotado de razón, capaz de imitarle, émulo de sus virtudes, anhelante de las gracias celestes. En estas dotes suyas descansa el Dios que dijo: “¿En quién encontraré reposo, si no es en el humilde y contrito, que tiembla a mi palabra” (cfr. Is 66, 1-2). Doy gracias al Señor nuestro Dios por haber creado una obra tan maravillosa donde encontrar su descanso» (Exameron VI, 75-76).

En Barcelona, a 30 de marzo de 2009.

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